Causalidad: Capítulo 9, El periódico local

Causalidad es una novela por entregas de misterio escrita por Carolina Santos. Cada semana publicaremos dos capítulos. El texto del capítulo siempre estará, pero además le acompañará el audiolibro de cada capítulo.

Llegó la hora, la hora de la verdad.

Capítulo 9: El periódico local

Todos los episodios:


– ¿Estás seguro de que es aquí? – preguntó mi hermano, apagando el coche.

Nos encontrábamos en medio de la nada. Todo a nuestro alrededor era campo, excepto la casa que teníamos enfrente. Comprobé otra vez la dirección que había encontrado en internet después de buscar durante horas.

Habíamos decidido ir a hablar con Stacy porque sabíamos que la policía ya tenía un culpable, y no nos iba a hacer caso a no ser que presentáramos pruebas materiales. Así que yo llevé una grabadora en el bolsillo y una navaja, solo por si acaso.

Teresa y Julián se habían quedado en el pueblo, atentos al teléfono. Como los tres sabíamos que podría ser peligroso, habíamos decidido que fuera yo con mi hermano, que al fin y al cabo estábamos mejor preparados que ellos. 

– Bien, ¿recuerdas el plan? – pregunté a mi hermano, por enésima vez.

– Perfectamente, hablo yo, a ver si acabamos pronto – bostezó y se estiró. 

Llamé al timbre y esperé.

Abrió la puerta una anciana.

– Buenos días – comenzó Pablo – somos del periódico local, y queríamos hacer un reportaje sobre la empresa de medicamentos UCM…

– Para decir la verdad – le corté – para denunciar lo ocurrido.

La anciana nos miró dos veces y cerró la puerta en nuestra cara.

– Joder con la ancianita… – masculló Pablo. Se fue hacia el coche dando por concluida la visita, pero le frené.

– A lo mejor abre otra vez, espérate.

Y en efecto, la puerta se abrió. Pero esta vez no estaba la ancianita. 

Apoyada en el marco de la puerta se encontraba una chica exactamente igual que Amelia. 

– Qué co… – se sorprendió mi hermano – ¿Amelia?

Pero no podía ser ella. Amelia estaba detenida. 

¿No?

– Pasad – dijo ¿Amelia?

Nos llevó a una habitación rosa, llena de peluches. 

– ¿Qué haces aquí? – siguió mi hermano. 

A mí algo me olía mal. “Amelia” nos hizo sentarnos y cerró la puerta.

– Así no nos molestará mi abuela. 

– ¿Tu abu…?

Le di un codazo a Pablo. Ella no era Amelia. Aunque fuese exactamente igual.

– ¿Eres Stacy Rodríguez? – pregunté.

Ella sonrió.

– O soy Amelia Moreno. ¿Quién crees que soy?

La cabeza me daba vueltas. 

– ¿Queréis agua? Os sentiréis mejor.

Cogió una jarra que tenía encima de la mesa y nos sirvió dos vasos, y uno para ella. En cuanto vi que ella bebía agua, bebí un poco para que se me pasara el dolor de cabeza.

– ¿Y bien? ¿Qué queréis de mí? Porque está claro que no sois periodistas.

– Se confunde, señorita Rodríguez – dijo mi hermano, muy serio – somos del periódico local.

– Ya. Por eso me habéis confundido con Amelia Moreno. ¿Sois amigos suyos? ¿Cómo habéis dado conmigo?

– Queremos hacer un artículo sobre UCM. Sabemos lo que ocurre en esa empresa, y no queremos que haya más víctimas. – dije yo, intentando parecer tranquilo – ¿Cómo terminó el juicio? ¿Hubo culpables?

-Nadie cumplió condena, si es eso a lo que te refieres. A nadie le interesaba que saliera a la luz todo lo que hacía UCM. Así que nos dieron dinero para comprar nuestro silencio. Mi madre se suicidó al año siguiente, y me dejó solo con mi abuela.

>>UCM me destrozó la vida. Éramos una familia muy feliz, ¿sabéis? Hasta que mataron a mi padre. Y todo fue injustamente. Me quitaron lo que más quería.

Mi hermano y yo nos miramos. 

Ella era la asesina. Estaba completamente seguro.

Nos levantamos y le dimos la mano. 

– Bueno, muchas gracias por la información, creo que ya podemos escribir el artículo. Se hará justicia, se lo prometo.

Stacy se levantó.

– ¿Os vais ya? No os podéis ir todavía, aún falta mucho por contar. 

La cabeza empezó a darme vueltas. Bebí un poco de agua para frenar el mareo.

– Lo siento, pero nos esperan ya en la oficina…

Mi hermano bostezó y se acercó a la puerta.

– Muchas gracias, nos vamos ya.

Giró el pomo. La puerta no se abrió.

Miré a Stacy. Sonreía.

– Lo siento, pero no os podéis ir. Sabéis demasiado.

Empecé a ver todo doble. 

– ¿Qué está…?

– Joder, el agua – masculló mi hermano – ¿qué llevaba el agua?

Stacy sacó algo del bolsillo que brilló.

– Lo siento, no hay otra opción. No puedo poner en peligro mi vida. Intentad comprenderlo.

Me caí al suelo. Tres Stacys me rodeaban, sujetando la cosa brillante.

No podía moverme. Los brazos me pesaban y las piernas no me respondían. Los ojos se me empezaban a cerrar, pero los mantuve abiertos.

– No, no… No lo hagas…

Intenté meter la mano en el bolsillo de mi pantalón, buscando mi navaja.

La agarré y la saqué. 

– No te acerques… 

Las Stacys, sin compasión, se me lanzaron encima.

– No te dolerá mucho, será rápido.

Me intenté hacer a un lado sin conseguirlo.

Noté un dolor agudo en el pecho. 

Segundos más tarde, en la tripa.

Me preparé para el último navajazo. 

Pero nunca llegó. Un bulto oscuro se lanzó encima de Stacy y la tumbó. 

Oí un grito. Después, un golpe.

Silencio.

Abrí los ojos y me miré la camiseta, antes blanca. 

Me habían dado ya antes alguna cuchillada, así que sabía que lo más importante era que no me desangrara. Con las últimas fuerzas que me quedaban me tapé cada herida con cada mano.

Lo último que oí antes de desvanecerme fue el gemido de mi hermano, intentándome despertar.

Ya tenía todo preparado. Le pediría al policía que me dejara ir al baño de la comisaría. Entonces sacaría una baldosa que estaba un poco suelta. 

Y por fin acabaría con todo.

Me di cinco minutos más antes de empezar con mi plan. Tenía miedo. No quería hacerlo.

Pero en el fondo sabía que era mi única opción. 

Inspiré y le dije al policía que tenía que ir al baño.

CONTINUARÁ…

Escritora: Carolina Santos

Narradores: Carolina Santos y Rocky Rocker


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